sábado, 11 de abril de 2015

Dedos de cisne



                La tapa era blanca como las plumas de los ángeles, aterciopelada al tacto, y ligera en la mano.     
                Marco dudó al principio si comprar aquel libro o no. Tenía una portada totalmente blanca, adornada por la figura de una bailarina envuelta en su pomposo tutu blanquecino. No parecía ser de aquellos libros que acostumbraba a leer. No de esas temáticas. Sobre una bailarina.
                Lo que lo impulsó a decidirse al final fue el nombre del libro: “Dedos de Cisne”:
― Los cisnes no tienen dedos― Meditó Marco dentro de su cabeza ― Seguro debe ser una metáfora.
                Marco era un lector fiel. No existía nada que lo apasionara más que la literatura. Pasaba horas sentado en el banco de su jardín o en su sillón verde oliva frente a su hogar de leñas leyendo libro tras libro. Devorando página tras página.             
                Dafne, su prometida, le preparaba un café, y mientras sostenía el libro con una mano, con la otra sostenía el aza de la taza.     
                Marco tenía un puesto de administración en una empresa. Pasaba ocho horas por día sentado frente a una computadora. Marcando tecla tras tecla. Revisando facturas, expedientes, portafolios, cuentas y deudas.
                Cuando llegaba a su casa, le gustaba relajarse y disfrutar de una buena lectura. Era una buena forma de olvidarse del trabajo. De un trabajo muy agobiante y estresante.  
                Marco abrió el libro en la primera página y leyó: 
― La bailarina de pálido tutu volaba por el salón como una mágica mariposa, dando saltos de flamencos y vueltas por el ligero aire como los colibrís. Dobló su rodilla y estiró su otra pierna curvando su espalda hacía atrás extendiendo sus manos como si intentara tocar la punta de su talón. La bailarina parecía un cisne con un hermoso vestido de brillantes plumas. Bailaba elegante como los cisnes…― Hubiera continuado su lectura pero su prometida irrumpió en la habitación azotando la puerta con entusiasmo.     
Dafne traía entre sus manos una pila de revistas, se sentó en el sillón junto a su prometido y le dijo con una enorme sonrisa:
― He comprado estas revistas― Marco miró las revistas apartando la mirada de su libro.
                Eran revistas que acostumbraba a leer gente muy adinerada. Daban consejos sobre fiestas, recepciones, moda, diseños de indumentaria y decoración tanto de interiores como de exteriores:
― Podemos tener una enorme fuente de chocolate donde le rodeen mesas llenas de bocadillos para bañarlos en la fuente― Dijo pasando a la siguiente página ― Quiero un enorme arco de madera artesanal adornado por tulipanes blancos, para que convienen con mi vestido― Pegó un pequeño grito de entusiasmo y tomó otra revista abriéndola donde la había señalado con una nota rosada― Hablando del vestido, quiero este― Dijo señalando con su dedo la hoja de la revista, donde se mostraba un hermoso vestido blanco, largo hasta el suelo y de telas brillantes, tenía exquisitos bordados de flores y aves en color crema en el corsé y en la base de la falda. Lo más impresionante era la cola del vestido. Comenzaba cayendo de una preciosa tiara de piedras que sostenía el peinado de la modelo, y se extendía por su espalda hasta el suelo y mucho más allá. Esta cola estaba bordada sobre una tela transparente siguiendo los motivos de pájaros y flores.       
                Era un vestido hermoso. Y se veía muy caro:   
― Estoy seguro que ese vestido saldría mucho dinero, no quieres mejor…― Marco fue interrumpido por su prometida antes de que pudiera terminar de dar su opinión al respecto.
                Dafne sacó la última revista de la pila y la agitó con entusiasmo mientras decía:
― Podría contratar al más famoso estilista de todo Paris― Dafne mostró la portada de la revista donde se veía un hombre entrado en los treinta con un peinado raro y muy juvenil para su edad, de mechas revueltas y mechones que oscilaban entre el azul oscuro y el verde mesclados por el negro carbón del resto de su pelo ― “Le Coulier”― Lo nombró como si estuviera anunciando su sublime presencia entrando en la sala, pero el famoso estilista no estaba en la habitación ― Es un peluquero y maquillador por excelencia― Dijo mostrándole algunas modelos del interior de la revista. Los peinados eran muy extravagantes, algunos eran muy altos y amplios como si formaran enormes sombreros o cascos de cabello, otros tenían llamativos colores o extrañas ornamentaciones de piedras y plumas. Incluso algunos eran ridículos. Una modelo lucía sobre su cabeza la figura de una jirafa formada con su propio cabello, ¡Sí!, ¡Una jirafa!        
― No lo sé― Dijo escrutando con la vista un peinado de la revista. Uno muy ridículo, parecía que la modelo tenía un pulpo pelirrojo sobre la cabeza ― Son un poco exagerados.
― Para nada― Dijo levantando su índice al aire ― ¡Es finísimo! ― Lo miró seductoramente intentando convencerlo― Además… Podemos pagarlo.
―Claro que podemos pagarlo, es que me pareció un gasto innecesario― Marco tenía un puesto importante en la empresa en la que trabajaba, por consecuencia tenía un sueldo importante también. Pero él no era de esos ricos que acostumbran a derrochar su fortuna en placeres pasajeros e inútiles. Pero Dafne tendía a dejarse llevar por aquellos placeres ― Pero si te hace feliz…
― ¡Claro que me hace feliz!― Exclamó lanzándose entre los brazos de su prometido besándolo repetidas veces. Siempre obtenía lo que quería. Marco la amaba demasiado.
                Dafne salió por la puerta entusiasmadamente llevándose entre sus manos las revistas.
                Marco se giró acomodándose en el asiento con una enorme sonrisa en su rostro. Luego intentó volver a concentrarse en la lectura:
― Los aplausos resonaron en el eco de las gradas― Leyó ― Los pétalos rosados caían del cielo del techo. Era una bailarina famosa. Fuera del teatro cuando atravesó la puerta debió recorrer un largo camino repletó de fanáticos y paparazis, que la cegaban con sus flashes y se acercaban preguntando sobre su vida privada. Fue dificultoso pero logró entrar dentro de la limusina que la esperaba sobre la calle…― Algo nubló la vista de Marco. Fue instantáneo pero no pudo saber que fue. Retomó donde había dejado ― La limusina avanzó entre el oscuro asfalto debajo de una noche fulgurante bañada de millones de estrellas…― Volvió, la nubosidad volvió a aparecer. Pero esta vez no se fue.  
                Marco perdió la conciencia.
                Lo primero que percibió fue la aspereza y la ligereza de las sabanas que lo cubrían. Después olió el espeso aire. Extasiado por una mescla de antisépticos y medicamentos con cloro y otros productos de limpieza mesclados con el aroma a sopa. Luego hoyó, reconoció la voz de Dafne, que hablaba con un hombre de voz gruesa. Cuya voz nunca había escuchado.
                Se irguió fuera donde sea que estaba, aun que tenía sus presentimientos sobre el lugar que podía ser.
                Se refregó los ojos con la palma de sus manos y abrió sus parpados.
                Nada
                Parpadeó un par de veces.
Pero  no veía nada. 
Estiró sus manos con el corazón palpitante intentando aferrarse a algo, a lo que sea. ¿Que estaba sucediendo?  
De repente unos brazos lo apresaron. ¿Qué le estaba pasando?
― Soy yo― Dijo una voz femenina. Indudablemente era la voz de Dafne ― Estas en el hospital, el doctor quiere decirte algo.
                Marco intentó tranquilizarse, aun que en aquella situación era muy difícil de hacerlo. No veía nada. Ni siquiera negro. Solo había un vacio donde debería haber luz y color.
                Una rotunda voz masculina habló alto y claro:
― Señor Marco, lamento darle esta noticia― Se escuchó un suspiró de decepción ― Usted ha sufrido un glaucoma, del cual nunca recuperara la vista.
                ¡No era posible!
― Pero ¿Có … cómo  ha sucedido?― Tartamudeó Marco.
― El glaucoma es una enfermedad que no presenta síntomas, por lo tanto es difícil de diagnosticar antes de la ceguera. La causa fue un elevado aumento en la presión intraocular lo cual daño de forma permanente al nervio óptico.   
                Marco se tomó la frente entre sus manos y lloró. ¡Era una noticia horrenda! Podía sentir como su interior se llenaba de un sentimiento angustioso y de una desesperación abrumadora. 
                Había perdido una parte de él. Nunca volvería a hacer la misma persona. Tendría que comenzar una vida diferente.   
                Las primeras semanas fueron las más difíciles. Debió aprender a ambientarse en los espacios de su casa. Sabía donde se encontraban las cosas pero le costaba encontrarlas o reconocer sus distancias unas de otras. Constantemente chocaba contra las esquinas de los muebles y tiraba de las mesas las lámparas o vasos que intentaba tomar con sus manos.
Dafne le compró un bastón creyendo que le ayudaría a ubicarse mejor en la casa y evitar accidentes:
― ¿De qué color es?― Le preguntó sosteniéndolo firme entre sus manos.
― Negro― Le dijo.  
                No le preguntó de qué material era, por que ya lo sabía, podía sentir el frio metálico penetrar entre la yema de sus dedos. Sin embargo le intrigaba la empuñadura del bastón. Cuando lo tomaba sentía un hocico delgado y dos protuberancias puntiagudas por encima. Supuso que podría ser un caballo, o, un demonio o un dragón, aun que no estaba muy seguro porque le pareció poco estético que fueran cuernos. Pero necesitaba sacarse la duda: 
― ¿Cual es la figura de la empuñadura?― Dijo pasando sus dedos por los cuernos de la figura metálica.
― Es un lobo.
                Un lobo. Los cuernos no eran cuernos, sino orejas de un lobo. Ahora podía verlo en su mente. Se imaginó la figura de un lobo, con hocico delgado, orejas puntiagudas, y seguramente ojos amenazadores que inspiraran miedo.              
                Su imaginación fue interrumpida por un sonido vibrante que resonó en el eco del salón. Y luego escuchó la voz de Dafne:
― Es para ti― Anunció colocando el teléfono entre las manos de su prometido.
― ¿Hola?, ¿Señor Marco?― Se escuchó a través de la bocina. Era la voz de su secretaria.
― ¿Jazmín?― Preguntó Marco ― ¿Qué sucede?― El ciego escuchó lo que Jazmín tenía para decir y luego agregó ― Esta bien. Puedes venir― Y colgó el teléfono. Esta vez dirigiéndose a su prometida ― Jazmín viene en camino. Tiene algo importante que decirme y no quería decírmelo por el teléfono.    
                Jazmín tardó media hora en llegar a la casa de Marco. Aquella media hora la mente del ciego produjo miles de pensamientos preocupantes. Su corazón palpitaba inquieto. Y sus manos sudaban ansiosas. ¿Qué era aquello tan importante que debía decirle su secretaria que no se atrevía a decirlo por teléfono? Intentó no pensar. Porque sus hipótesis al respecto lo ponían aun más nervioso.  
                El llamado del timbre alertó a su corazón para que reanudara su frenético palpitar. Jazmín estaba en su casa y traía noticias.
                Escuchó el agudo golpeteó de las suelas de los tacos atravesar el pasillo y luego ingresar cautelosamente en el salón.
Podía imaginarla parada debajo del marco de la puerta. Seguramente su castaño cabello estaría recogido en una prolija cola o un elegante rodete. Su cuerpo envuelto en una ligera camisa blanca y una oscura pollera de tubo la cubriría hasta la rodilla. Y con su rostro brillante y sus ojos cubiertos por una delicada capa de sombra azul haciendo juego con sus ojos de cielo. Pero no podía saberlo. Solo podía imaginarla como se vería o recordarla alguna vez cuando trabajó con ella en su oficina. Lo único de lo que estaba seguro era que algo andaba mal. La voz de Jazmín la delató. Traía malas noticias:   
―Buenos días, Marco― Saludó gentilmente aparentando tranquilidad, pero Marco sabía que no estaba tranquila ― Buenos días, Dafne.  
                Marco pudo escuchar en el aire un suspiro nervioso. Era Dafne que se preparaba para dar su mala noticia:
― Se que todavía se está recuperando. Deben ser unas semanas muy difíciles. Ser una nueva persona incluso en su casa aprender a desenvolverse de una manera totalmente distinta. Por eso se que no es un buen momento para darle esta noticia. Usted ya tiene mucho de qué preocuparse, pero los de la empresa no me dejaron opción― Escuchó como los labios de Jazmín tomaban una amplia bocanada de aire y luego de exhalar agregó ― El gerente me ha encargado que le comunique que en su nueva situación, ya no…― Balbuceó nerviosa ― Quiero decir… la empresa no está capacitada para albergar empleados con algunas privaciones como las de usted― Exhaló aliviada como si se hubiera sacado un peso de encima.
                Marco la escuchó calmado. Estaba sentado en el sillón oliva pasando su bastón de una mano a la otra. Al final dijo:
― No me sorprende. Era de esperarse― Embozó una pequeña sonrisa y agregó ― ¿Cómo un ciego puede manejar desde la pantalla de una computadora la administración de una empresa magnate?
― Usted es una persona inteligente― Le dijo Jazmín― Estoy segura que encontrara una manera de…
― No hay manera― La interrumpió pacíficamente―Deberemos vivir de una pensión, amor― Le dijo esta vez a Dafne. La cual no respondió, solo se escuchó una especie de atragantó o nudo en una garganta. Seguro la de su prometida. Lamentaba no poder ver su expresión. Seguro estaría con los ojos grandes y la boca caída sin poder creer una vida así. Ya se acostumbraría.          
                   Los días pasaron. Fueron días difíciles.
Extrañaba mirar películas. Intentó escucharlas pero no era lo mismo. Tomó un mazo de cartas, pero a su tacto todas las cartas eran iguales. Solo tenía la música. Ya que solo necesitaba de los oídos para apreciarla.  
Lo más desgarrador fue cuando buscando el interruptor de una lámpara, sus dedos tocaron un objeto cuadrado sobre la mesa de una familiar textura aterciopelada. Supo de inmediato de lo que se trataba. Era lo que más añoraba. Pero nunca lo recuperaría. Había perdido la lectura de por vida. 
Recordaba en su mente la forma de las letras. Esperaba nunca olvidarlas.
Los curvados meandros de la “S”. La redondez infinita de una “O”. Nunca podría olvidar las líneas entre cruzadas de una “X”, o como se paraba inmóvil y autoritaria una “I”.  
También recordó como al emparejar aquellas letras con vocales creaba algo aun más maravilloso. Las palabras. Las cuales habían sido protagonistas de las mejores novelas que había leído. Ahora tan inaccesibles y distantes.
El teléfono sonó retumbando y rebotando entre las paredes del salón. Tardó algunos minutos en encontrarlo. Pero al final lo tuvo entre sus manos y contestó:     
― ¿Marco?― Era la voz de Dafne. No la había visto en todo el día. Y la última semana había estado distante, frecuentando poco y nada su casa. Era bueno escuchar su voz después de tanto tiempo.    
― Amor, ¿Cuándo vendrás a casa?― Le preguntó entusiasmado con una pisca de esperanza.
― Ya no iré― Le dijo. Su voz era fría. Marco podía sentir como le apuñalaban el corazón. Sabía de qué estaba hablando Dafne, pero no perdería la esperanza hasta último momento.  
― ¿Qué quieres decir con que ya no vendrás?
― Qué lo nuestro se terminó― Le respondió secamente, sin medir sus palabras o colocar el mínimo de compasión en ellas.  
― ¿Es porque soy ciego?― Marco ya no solo sentía su corazón ser apuñalado, sino que aquel puñal ahora era presionado con fuerza sobre su pecho y era girado de un ángulo al otro de forma torturadora. 
― No, claro que no― Hubo un segundo de silencio ― Esa no es vida para mí― Marco comenzaba a entender a la verdadera Dafne, no era una mujer dulce como él creía, era materialista y vil ―Yo quería una gran boda, con un hermoso vestido bordado y una fuente de chocolate. Con una pensión de ciego no podre tenerla. Lo siento mucho.    
― ¿No pudiste tener la compasión por lo menos de decírmelo en persona y no por el teléfono?― Entonces entendió, solo estaba con él por su importante sueldo. Y como ya no lo tenía, ya no lo quería.
― Lo siento― Dijo aun que en su voz no se notaba aquel sentimiento de pesadumbre. Era una mujer fría. Luego de eso cortó el teléfono y del otro lado solo se escuchó el interminable tono de la línea telefónica.
                Había terminado una relación por teléfono. Era una mujer cruel y vanidosa. Su mayor virtud era la ambición. Era buena para ser ambiciosa. Siempre deseaba más de lo que necesitaba y lo conseguía tarde o temprano. ¿Cómo no pudo verlo antes en ella?, tal vez lo había visto pero no le importó. Ya que sería fácil contentar a una mujer que solo quería su dinero. Era una relación fácil y simple. Pero sin embargo se sentía decepcionado y engañado.   
                Su corazón se aceleró, y aumentó el ritmo de sus latidos como si fueran furiosos martilleos sobre la pared de su tórax. Su pecho se oprimió. La boca de sus pulmones se cerró impidiendo la entrada o salida del aire.  Su mente se nubló. Una nube gris invadió su mente oscureciendo su conciencia y equilibrio. Sintió como sus piernas flaqueaban y cedían al peso de su cuerpo dejándose caer al suelo, pero se sostuvo del mueble, sea cual sea que sus manos pudieron alcanzar antes de caer. ¿Qué le sucedía?, estaba sufriendo un ataque de pánico.    
Era mucho en poco tiempo. El glaucoma, la pérdida del trabajo, y Dafne. Era más de lo que podía soportar.  
Cuando sintió por fin que sus rodillas no soportarían más y se precipitaba a caerse al suelo. Alguien lo sujetó del brazo. No supo quien, pero lo condujo fuera de la habitación. No supo por donde, solo se dejó llevar.   
Escuchó una voz que le hablaba, pero no supo de quien era. Estaba muy abrumado para percibirla y reconocerla. Solo se dejo llevar arrastrando los pies mientras intentaba con fuerza recuperar el aire que le faltaba a sus pulmones.    
No supo cuanto tiempo pasó, pero fue un alivio cuando las fauces de sus bronquios se volvieron a abrir dejando paso al aire. Un aire ligero y húmedo, con aroma a verde. Estaba en su jardín.  
Tomó varias bocanadas mientras sentía como su cuerpo recuperaba la fuerza.
Todavía lo sostenían por el brazo.  
¿Quién era? Supo que era una mujer, porque tenía el brazo pequeño. ¿Sería Dafne?, ¿Se había arrepentido?, ¿Sería capaz de perdonarla por lo que le había hecho?   
Tomó otra bocanada de aire fresco y le habló, lento y de forma grata:
― Gracias―Le dijo, esperando oír su respuesta para reconocer su voz.  
― Llame a la puerta pero nadie contestó, entonces use la llave que me diste el otro día― Al escuchar esas palabras supo de inmediato quien era. Se sorprendió y se alegró al reconocer la mujer dueña de tan hermosa voz― Y te encontré― Agregó aferrándolo fuerte por el antebrazo.    
― Gracias, ha sido una semana difícil― Le dijo sintiendo como las suaves yemas de sus dedos hacían contacto con la tosca piel de su brazo.    
― Me lo imagino― Le dijo dulcemente.
― Dafne terminó conmigo― Le contó.
― Ah, mmm― Exclamó en forma de comprensión. No sabía que más decir.
― Me alegro de haberte dado esa llave― Le dijo ―Gracias― Le repitió ― Jazmín, gracias.
―No lo agradezcas, somos amigos. Los amigos hacen eso― Dijo embozando una sonrisa. Marco no podía ver su sonrisa, pero la conocía bien para saber que lo estaba haciendo, mostrando sus brillantes dientes al mundo.
Jazmín lo acompañó de vuelta a la sala y le preparó un té. Ambos charlaron mientras sus labios saboreaban el dulzón propio de la infusión de manzanilla:
― Porque ya no sea tu secretaría, no se significa que ya no sea tu amiga― Estaba seguro que volvió a sonreír.
― Cierto― Dijo mientras se le escapaba una risita.
                Marco se levantó de su asiento y guiándose con su bastón se sentó frente al piano.
                Pasó sus dedos por la madera de la superficie del instrumento musical. Lo recordaba. Aquella madera oscura barnizada. Era hermosa. Ahora solo sentía su textura brumosa y su aroma a barniz fresco.
                Colocó sus dedos en posición y los desplazó presionando las teclas de memoria. Recitó a la perfección una melodía lenta y pesada de notas tristes. A pesar de ser una canción de ritmo de pesadumbre no carecía de belleza:
― No necesitó leer la partitura para tocar el piano, conozco cientos de melodías de memoria― Hizo una pequeña pausa y agregó ― También conozco el lugar de cada nota, de cada sostenido y de cada bemol, es imposible que me equivoque.
                Jazmín también se había levantado de su asiento y había caminado hasta pararse a la par de Marco para disfrutar de su música:
― Eres un gran músico.
― Había solo algo que amaba más que la música― Dijo melancólico sin retirar sus dedos de la melodía.      
                Jazmín sabía dé que se trataba, la sala era una enorme biblioteca, había estanterías colmadas de libros en las cuatro paredes:
― Beethoven y yo tenemos mucho en común― Dijo todavía tocando el piano ― Ambos perdimos lo que más amábamos.     
                Sobre la mesita más próxima al sillón oliva, había un libro de tapa blanca. Jazmín lo tomó entré sus manos y leyó el título:      
― “Dedos de Cisne”― Dijo. En ese momento Marco interrumpió la melodía con una nota final desafinada. Escuchar aquel título de repente le produjo una invasión de nostalgia. Una dolorosa nostalgia― ¿Es lo que estabas leyendo?   
                Marco asintió sin decir ninguna palabra. Jazmín se sentó en el sillón de oliva y le preguntó:
― ¿Por dónde quedaste?
― No es necesario que me leas― Le dijo levantándose de la butaca del piano.
― No, no lo es. Pero quiero hacerlo― Lanzó una simpática carcajada― No puedes quedarte con la intriga de cómo termina la novela de por vida.
                Marco rió y se sentó junto a Jazmín. Con sus sentidos preparados para escucharla leer:
― ¿En qué página quedaste?
― En la 126. “La limusina avanzó entre el oscuro asfalto debajo de una noche fulgurante bañada de millones de estrellas”― Dijo recordando el fragmento a la perfección.
― ¿Cómo lo recuerdas?― Dijo la secretaría sorprendida por su memoria.  
― Nunca olvidare aquella frase. Fue lo último que mis ojos vieron antes de…― Su voz se fue. Era muy duro. Todavía no lo superaba. Pero Jazmín entendió a que se refería: Antes de que perdiera la visión. Antes del glaucoma. Antes de perder el vínculo con su mayor pasión.      
― Bueno― Dijo aclarándose la voz para comenzar con la lectura ― “La limusina avanzó entre el oscuro asfalto debajo de una noche fulgurante bañada de millones de estrellas. La ventanilla empañada por la fría humedad de la noche era una poesía de contraste frente a la alegría del público que la despedía”― Marco se sorprendió al oírla leer para él. Tenía una hermosa voz. Y leía de una forma especial. De una forma tranquila y relajante que adormecía su duro corazón― “Sin que pudiera antecederse, sintió un violento torbellino dentro del automóvil. En una curva, la limusina tuvo un accidente, y salió saltando por la acera mientras daba vueltas frenéticas” ― Jazmín dio un pequeño gemido de sorpresa. La historia la estaba envolviendo en su suspenso― “Cuando la bailarina despertó, ya no se encontraba en la limusina. Una habitación blanca y brillante como una estrella la envolvía. Supo de inmediato que algo vacio había en ella. Algo ya no era como antes. Quiso sentarse en la camilla, pero no pudo. Sus manos se movieron, pero sus pies no”― Jazmín dejo de leer. Marco sintió como una daga volvía a clavarse en su corazón. Era como revivir todo de vuelta. Perder algo a lo que amas. Como él había perdido la vista. La bailarina había perdido la movilidad de sus pies.
                Marco suspiró un par de veces intentando mantener sus lágrimas detrás de sus ojos. No quería llorar frente a Jazmín. No quería que se sintiera peor por haberle leído ese libro. Que casualmente tenía mucho de común con su vida. Intentó parecer tranquilo:
― ¿Qué pasó?― Le preguntó amablemente ― No podemos quedarnos con la intriga.
                Supo de vuelta que Jazmín sonreía. Volvió a escuchar cómo se aclaraba la voz:    
― “Nunca volvería a bailar. Su pasión quedaría olvidada. Guardada solo en su memoria. Temía olvidar lo que se sentía bailar. Girar como un elegante trompo y saltar como una libre mariposa. El ballet significaba libertad. Y había perdido esa libertad”― Jazmín volvió a callar. Pero esta vez sintió que lo miraba. No podía verla mirarlo, pero sentía sus ojos sobre él. Él estaba llorando.
                Marco sacudió su cabeza pasando sus dedos por su mejilla para secar la humedad de sus lágrimas:
― Es irónico. Una bailarina que pierde el control de sus piernas. Un músico que pierde la audición. Y un lector que pierde su visión― Sacudió devuelta su cabeza en un gesto melancólico ― Pensé que yo era el único― Dijo riendo. Riéndose de sí mismo. La vida era irónica. Te quita para siempre lo que más amas― Terminemos la historia― Le dijo volviendo con disposición sus oídos para recibir la lectura.    
― “Ella no se rindió. No se dejaría vencer por lo que la vida tenía preparada para ella. Sus manos fueron las confeccionistas de su siguiente número de ballet. Cortaron y cocieron su nuevo traje. Añadió mucho brillo encarecedor. Plumas y alas. Sería un verdadero cisne. Los cisnes no bailan con los pies. Su elegancia está en su fino cuello y en sus amplias alas.”
“Su cuello llevaba una estupenda ornamentación de relucientes plumas y preciosas piedras blancas. Sus dedos sostenían y movían lo que era la estructura de unas alas. Dedos de cisne. Sus dedos bailarían.”
“Y así fue. Mientras un grupo de bailarinas la rodearon dando saltos en el aire como pichones que planean antes de volar. Ella en el medio de sus compañeras abrió sus enormes alas de cisne. Y las hizo bailar. Las agitó en una y otra dirección. Era un baile elegante y mágico. Enmarcando al compas de la canción un aire de misterio encantador. Casi hechizante. Eran alas enormes. Llenas de brillo y hermosura insuperable.”  
“El número musical terminó.  Aun que nadie quería que termine. El público nunca había visto algo así. Los aplausos recibidos fueron ensordecedores. Alaridos deleitosos inundaron el teatro. La bailarina nunca en su vida había recibido tanta ovación”― Jazmín cerró el libro. Había leído hasta la última página.
                En la cabeza de Marco pasearon un montón de ideas sueltas. Tardó en ordenarlas. Pero cuando lo hizo se dio cuenta de lo afortunado que era.
                Beethoven era sordo. Pero tenía su visión para leer las partituras y escucharlas en su mente.  
                La bailarina era paralítica. Pero tenía sus manos que eran capaces de bailar y acompañar a un grupo de bailarinas en un ballet.  
                Él era ciego. Pero tenía de la audición para escuchar las historias que antes leía. Además tenía a Jazmín. Que con su hermosa y suave voz le había leído.
                No pudo contener sus manos las cuales viajaron hasta el rostro de Jazmín. Acarició sintiendo la anchura de sus elevados pómulos. Sintió sus labios tiernos como almohadas y húmedos como el rocío mañanero sobre los pétalos de las rosas. Tampoco pudo contener que sus labios viajaran hasta los suyos. Y la besó. La besó para nunca dejarla ir de su corazón.     

9 comentarios:

  1. Que duros, que duro el caso de Bethoven y de la bailarina. Y del protagonista, aunque tiene una razón para tener esperanza, Jazmín.
    Notable que el nombre de la mujer frivola sea Dafne, como la ninfa que huyó de Apolo, que quiso conquistarla. Sólo que esta Dafne no merecía ser seguida.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy cierto. Esta Dafne no merecía ser seguida.

      Te agradezco la visita a mi blog. Tambien te agradezco por tus comentarios. Siempre es un placer leerlos.

      Buen fin de semana!!SALUDO...

      Eliminar
  2. Una hermosa historia que nos cuenta que jamás hay que perder la esperanza, nos habla de la superación en el día a día, y también de que debemos confiar y amar aquellos que confían en nosotros y nos aman de corazón. El corazón es un órgano sencillo, esencial, de él depende la vida, así como el verdadero amor y los sentimientos puros son aquellos que no necesitan valerse de todos los sentidos para expresarse.
    Me ha encantado, emocionado y alentado. Con gusto lo comparto.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra muchisimo que le haya gustado mi cuento. Es un placer recibir comentarios alentadores como el de usted.

      Desde ya e agradezco de corazón su visita a mi blog.

      Buen fin de semana. UN SALUDO!!

      Eliminar
  3. Linda historia sobre la esperanza. Estuvo genial la inclusión del padecimiento de Beethoven con su progresiva sordera. Y aun estando sordo pudo presenciar el estreno de su última sinfonía. Lloró, por el impedimento de oírla, sino por haber tenido la oportunidad de "escucharla" en manos de una orquesta. En su mente se reproducía a la perfección lo que había transmitido a la partitura.

    Un cuento hermoso, compañera. Felicitaciones. Estuvo bien pensado las discapacidades de los personajes del cuento. La esperanza es lo último que debe perderse. Que tengas un gran fin de semana. ¡Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me ubiera gustado darle mayor presencia a Beethoven en la historia. Pero me estaba quedando muy larga asi que solo lo nombre muy superficialmente. Jaja

      Me alegro mucho que te haya gustado mi historia. Es cierto. La esperanza es lo último que uno debería perder.

      Desde ya gracias por tu visita.

      Buen fin de semana. UN SALUDO COMPAÑERO :)

      Eliminar
    2. Sí, ya lo creo. Una pena. Bueno, al menos yo entendí su importancia porque lo que tuvo que pasar el maestro, el que le dio al pianoforte su lugar en la música, que posteriormente los compositores románticos lo utilizarían para sus obras. Y creo que también lo que lean el cuento lo comprenderán de alguna u otra manera, sino que investiguen, je, je, je.

      ¡Saludos, compañera! ;-)

      Eliminar
  4. Hola Cynthia:)) Preciosa historia, la verdad que muy conmovedora y...real. ¿quién dice lo contrario? Músico, Bailarina y lector, tres protagonistas que has hecho que sean imprescindibles en esta historia completa y detallada con pocas palabras. Me encanta tu relato. ¡Enhorabuena! Besos...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por leer.

      Me alegra muchisimo que te haya gustado mi pequeña historia.

      Gracias por tu comentario.

      Un saludo.

      Eliminar